Capítulo 10 El aborto es la única opción

Después de bastante tiempo, Victoria suspiró en su interior. «Ocultarle la verdad mantendrá al margen cualquier situación incómoda. Además, podemos pensar en nuestra relación como una transacción en la que ambas partes se benefician». Con ese pensamiento en mente, apartó a Alejandro, que se había inclinado demasiado cerca para su comodidad.

—Tú, no, eso seguro.

Él frunció el ceño.

—¿A qué te refieres? ¿Hay alguien más que te conoce mejor que yo? ¿Quién es? —No notó lo alterado que estaba por lo que ella había dicho.

Por otro lado, Victoria no respondió. Al ver cómo lo ignoraba, Alejandro la tomó de los hombros y le preguntó con algo de crueldad:

—¿Es un hombre o una mujer?

Él aplicó demasiada presión, lo que hizo que ella arquera las cejas y lo apartara de un empujón.

—Me duele. No me toques.

Alejandro aflojó un poco la presión, pero no dejó de fastidiar a Victoria.

—Si no quieres que te toque, entonces tienes que ser honesta conmigo. ¿Quién te conoce mejor que yo? Además, ¿qué hay con el informe?

—Nadie. Soy la única que me entiende mejor. No le des tanta importancia a mis palabras, ¿de acuerdo? Y no sé a qué informe te refieres. ¿Es de la compañía o de otro lado? Si quieres que te dé una respuesta, deberías ser claro, ¿no crees? —respondió ella ante su persistente cuestionamiento.

Victoria tomó la iniciativa para expresar sus dudas, lo que hizo que el hombre entrecerrara los ojos. «Hay algo sospechoso en la forma en la que reacciona».

—La sirvienta afirmó que encontró un trozo de papel mientras recogía la basura.

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Victoria miró a Alejandro a los ojos con calma.

—¿Qué informe? ¿Dónde está?

—Estaba roto y lo encontró en la habitación. ¿No es tuyo?

—¿Un trozo de papel roto? Sí, es mío. —A continuación, evitó su mirada y volvió a dirigir la atención al portátil—. Es el informe que me dieron en el hospital. ¿Qué tiene de malo?

De repente, él la miró fijo.

—¿Qué clase de informe es?

Victoria se mantuvo firme y respondió:

—El informe de mi revisión. ¿Hay algún problema?

No obstante, su respuesta provocó que Alejandro se burlara:

—¿Crees que puedes engañarme? ¿Por qué romperías el informe? —preguntó en tono serio. De repente, la tomó de la muñeca e insistió—: ¿Me estás ocultando algo? ¿Qué clase de informe es?

Luego, razonó que su extraña peculiaridad debía estar relacionada con el informe. A medida que aplicaba más presión sobre ella, Victoria frunció el ceño.

—No lo rompí a propósito. El informe estaba empapado por la lluvia y ya no podía leer lo que decía. Por eso lo deseché —explicó en voz baja.

—¿Por qué lo rompiste antes de desecharlo? —Alejandro seguía pensando en eso.

Era evidente que seguiría insistiéndole a Victoria si no lograba convencerlo con una excusa razonable.

Cuando ella lo miró a los ojos, notó lo oscuros y sombríos que eran.

—¿No consideraste que no fui yo quien lo rompió? —dijo tras suspirar.

—¿Qué?

—Llovía bastante ese día y cuando saqué el informe, ya estaba empapado y algunos trozos de papel incluso se me quedaron pegados en la ropa. Solo pude quitarlos uno por uno.

Alejandro se sorprendió por la declaración de Victoria, dado que imaginaba que ese era un escenario posible. El aguacero fue tan intenso que la empapó por completo; por consiguiente, era lógico que el papel se mojara. Ella no tuvo más remedio que arrojarlo al cesto de la ropa con el resto de la ropa sucia, pero cuando las sirvientas fueron a limpiarlo, el papel se había secado y parecía estar roto.

Después de considerarlo con cuidado, decidió que lo que dijo no sonaba sospechoso.

Victoria sintió que la fuerza sobre los hombros se aflojaba y asumió que Alejandro estaba convencido por su declaración. A pesar de su alivio, decidió arriesgarse para disipar cualquier duda que él tuviera de su embarazo.

—¿Por qué estás asustado? ¿Te preocupaba que pudiera ser un informe de embarazo? —dijo tentativamente.

Al principio, él había planeado negarlo, pero al escuchar su última pregunta, sintió una presión en el pecho. Cuando la miró, intentó reprimir sus emociones.

Victoria arqueó las cejas ante su mirada.

—¿Qué es esa expresión? ¿Tienes miedo de que mi embarazo pueda afectar tu relación con Claudia?

—¿Estás embarazada? —Alejandro entrecerró los ojos con escepticismo.

La mujer se encogió de hombros.

—No, de lo contrario, te habría enseñado el informe. Como amigos de la infancia, supongo que me compensarías con una suma elevada si abortara, ¿no?

Sin embargo, su tono y actitud indiferente hicieron que la expresión del hombre cambiara un poco.

—¿Qué dijiste? ¿Te harás un aborto?

La última pregunta hizo que a ella le diera un vuelco el corazón.

—Estoy hablando de forma hipotética.

—¿Y qué tal si no? —preguntó Alejandro como si intentara ir en contra de Victoria.

—¿A qué te refieres? —Ella frunció el ceño.

Él la miró con los ojos entrecerrados, se reflejaban emociones incomprensibles.

—Supongamos que estás embarazada; ¿te someterías a un aborto?

Ella asintió de manera inconsciente y bajó la cabeza.

—Sí, quizás.

No obstante, no se percató de que la expresión del hombre se tornó sombría cuando ella respondió. Alejandro estaba molesto por la indiferencia de Victoria y sintió que se agitaba mientras la ansiedad lo invadía con densidad.

—¿Qué sucedería entre tú y Claudia si no abortara? —continuó ella.

«¿Qué sería de Claudia y de mí?». Su pregunta lo desconcertó, lo que provocó que saliera de su estupor y volviera en sí. La mujer frente a él tenía tez clara y labios rojos; sus rasgos eran dimensionales y delicados, incluso sin maquillaje. Tenía una apariencia tan cautivadora que era difícil que le quitaran los ojos de encima.

Después de un momento de observar a Victoria, Alejandro eliminó la emoción en su mirada, se puso de pie y se calmó.

—No tienes que ir a la compañía hoy. Descansa —sugirió en tono distante que sonaba totalmente diferente al de antes.

Él se dio vuelta y salió del a habitación con expresión sombría. «Sí, tiene razón. Incluso si se queda embarazada, estará obligada a abortar al niño. No podría defraudar a Claudia, nunca lo haría».

En el pasado, Alejandro se tropezó y cayó al río. La corriente del agua era tan rápida que incluso una persona que supiera nadar no habría podido escapar de la muerte, mucho menos saltar para salvar a otros.

A él le costaba respirar después tragar tanta agua, sentía las extremidades pesadas y estaba al borde de perder el conocimiento. Cuando estaba a punto de darse por vencido, vio una figura esbelta que se zambullía de manera temeraria y nadaba hacia él con rapidez. Por desgracia, había perdido el conocimiento antes de que ella pudiera nadar hasta él.

Más tarde, despertó y se encontró en el hospital, solo entonces se enteró de que Claudia había resultado herida al rescatarlo. Tenía las manos lastimadas por las piedras en el fondo del río. Cuando fue a verla, ella estaba sentada al borde de la cama con el rostro pálido y una gaza envuelta en la herida. Al verlo, saltó de la cama y se acercó a él tambaleándose para preguntarle si estaba bien.

Desde entonces, Alejandro estaba decidido a tratar bien a Claudia. La convertiría en su esposa siempre y cuando ella estuviera dispuesta a casarse con él. Dado que había arriesgado su vida para salvarlo, tenía que retribuirle la amabilidad.

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